Friday, December 28, 2007

El sudamericano impasible

Experimentado prestidigitador que concluye su rutina ¡Kazam! extrayendo a la bella ayudante del interior de un ánfora vacía, Gurí calza con un chasquido quizá más sonoro que lo estrictamente requerido el poste que bloquea su estacionamiento. Se acabó la joda: no más parqueo gratuito de otros en su espacio, no más discusión ni mala sangre al llegar él, no más mercedes, audis y volvos encanutándose una moneda al evitar usar la playa de al lado. Ese lugar es su lugar: el novel catafalco metálico, más que proclamarlo, así lo establece.
Y de paso, otra sabia enseñanza: la noche anterior (en el Bóreas de invierno, después de las cuatro ya es de noche) cuando instaló su flamante pichiposte, aprendió tras quebrar dos tornillos cómo aplicar el torque despacio para dar tiempo a que se disipara el esfuerzo, evitando fracturar un metal vuelto frágil por el frío.
Con la satisfacción de ir recuperando el control, van relativizándose los pequeños dramas cotidianos: el idiota inmaduro que intenta evitar la cola de la rampa avanzando en paralelo buscando un hueco, pero cuando no puede colarse fuerza su entrada atravesándose mal (Gurí hace el jueguito todos los días; es una cuestión de reflejos y porcentajes: cuanto más adelante menos cola pero también mayor riesgo; y cuando no te sale, alpiste, te la morfás hasta la próxima salida, gracias por participar).
Hay tántos ejemplos... El lento que acelera para cruzar en rojo y te deja mordiéndote las uñas mientras desde la lateral te doblan delante tooodos los camiones del supermercado. El pusilánime que necesita toda la senda para evitar los árboles y encima te pone las largas cuando te va a cruzar a mil, pero se mea cuando vos no te bajás a la banquina y te manda furiosos bocinazos cuando ya ha quedado una cuadra atrás.
Parece mentira como pequeños gestos hacen la diferencia: un mero pedazo de caño. O quizá no sean tan pequeños: requieren poca labor, pero un profundo y difícil ajuste del pensamiento.

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